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Teodora de Bizancio, la prostituta que llegó a ser emperatriz

Siempre se suele decir que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, aunque en realidad, en la mayoría de ocasiones esté a su lado, e incluso delante. La frase, repetida una y mil veces, conserva ese olor a rancio sexismo que interpela a la mujer como manipuladora, detrás de los designios de lo que manda hacer el potentado de turno. Ante la imposibilidad, durante muchos siglos, de alcanzar por sí mismas el poder, las mujeres se han asegurado de tenerlo a través de sus esposos, de sus maridos nobles y gobernantes. Manipulándoles, consiguiendo hacer de ellos simples marionetas guiadas por sus deseos, para mandar desde las sombras. No han sido pocos los casos donde se ha dado esta situación, en grandes imperios y en pequeñas naciones. Pero el de Teodora no fue el caso. La emperatriz de Bizancio gobernó codo con codo con su marido, sin la necesidad de “ocultarse” tras de él, a pesar de que no contaba con el beneplácito de todo el pueblo.

Y es que Teodora había conseguido llegar al poder como Emperatriz de Justiniano después de tener una juventud muy azarosa. Después de quedar huérfana junto a sus hermanas, por la repentina muerte de su padre, Teodora trató de salir adelante como pudo en el Hipódromo de Constantinopla, el lugar de ocio de la ciudad. Con malabares, con música, con diversos trucos que apenas daban para comer y sobrevivir. Por eso cayó rápidamente, y siendo aun menor de edad, en las garras de la prostitución. Un oficio habitual en la zona y en la época, que sigue persistiendo aun siglos después como una alternativa para muchas chicas que se ven desvalidas. Solo que Teodora había nacido para hacer grandes cosas, e incluso logródestacar siendo una prostituta, porque no era una amante cualquiera. Llegar a ser emperatriz después de cargar con un pasado como ese ya da buena cuenta de la astucia y el tesón de la joven. Las crónicas hablan, además, de una emperatriz justa, ecuánime y muy enamorada de su marido, a quien ayudó a crear una época de esplendor en Bizancio. Esta es su historia.  

Una joven prostituta

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Teodora nació en los albores del siglo VI en la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Bizantino resultante de la escisión con los romanos décadas antes. En aquel momento, Bizancio comenzaba a gozar de gran esplendor, y la ciudad atraía mucho comercio. El Hipódromo era el lugar más espectacular de toda la urbe, un sitio parecido al foro romano, donde se daba cita el pueblo para disfrutar del entretenimiento y el ocio.

Allí vivía Teodora junto a sus dos hermanas y su padre, que era cuidador de osos. Cuando éste falleció, las niñas quedaron totalmente desvalidas y trataron de buscarse la vida como podían. Teodora terminó convirtiéndose en prostituta y con apenas quince años, según cuentan las crónicas, ya era una de las más populares de la ciudad. En aquellos tiempos, desde luego, la edad de la chica no era ningún impedimento para que cualquier hombre pudiera pagar por sus servicios.

Sus viajes de juventud y su preparación

Teodora ya demostró unas dotas increíbles para saber manejar a los demás, desde el momento en el que convencía a los hombres para que se acostaran con ella a cambio de dinero. Su belleza y sobre todo su carisma la convirtieron en toda una estrella, y así es como logró destacarse entre los prohombres de Constantinopla. El trabajo le iba bien, pero ella quería salir de aquel lugar donde se reunía lo  peor de la ciudad, y tener una vida más tranquila. Lo intentó casándose con un general, Hecebolo, con tan solo diecisiete años. Junto a él viajó a diferentes lugares del Mediterráneo y el Norte de África, pero el matrimonio no duró demasiado. Los constantes malos tratos de Hecebolo hicieron que Teodora le abandonase, y siguiese su viaje y su preparación por su propia cuenta.

Al volver a Constantinopla, la chica había cambiado. Ahora era una mujer más madura, cercana a la veintena, que conocía diferentes doctrinas y se había especializado en filosofía y dialéctica. A través de una bailarina exótica, junto a la que trabajó como actriz en un espectáculo, Teodora conoció a Justiniano, un general militar que casi le doblaba la edad. El amor surgió rápidamente entre ellos, a pesar del origen humilde de Teodora, que seguía cargando con su pasado, ya dejado atrás. Justiniano no era solo un buen general con un futuro prometedor en el ejército. Era el sobrino de Justino, el emperador en ese momento, y su heredero legítimo al no contar Justino con descendencia. Aquí es donde muchos historiadores siembran la duda sobre Teodora. ¿Estuvo enamorada realmente de Justiniano o solo lo vio como una herramienta para llegar al poder en Bizancio?  

Su relación con Justiniano

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La relación entre Teodora y Justiniano se hizo pública a los pocos meses de conocerse, ya que el general se la llevó a vivir a su casa. La joven demostraba soltura en las altas esferas de Constantinopla, acostumbrada a manejarse en todo tipo de estratos, pero es cierto que su pasado como prostituta todavía pesaba demasiado.

De hecho, la propia ley prohibía que un hombre noble pudiera casarse con una prostituta, lo fuera o lo hubiera sido en el pasado. La intransigencia de la emperatriz Antoniana, esposa de Justino, impidió el enlace entre los enamorados. Solo a la muerte de esta, en 1524, se pudo derogar esa ley, y Justiniano se desposó con Teodora, ya con la vista puesta en convertirse en Emperador. Tardaría apenas un año más en conseguirlo, y en el 527, ambos llegarían al poder.

Emperatriz de Bizancio

Y es que el gobierno de Justiniano fue uno de los más espléndidos de toda la era Bizantina gracias precisamente a tener a Teodora a su lado. La joven se convirtió en Emperatriz con apenas veintiséis años, pero ya tenía un gran bagaje a sus espaldas para ser capaz de ayudar a su marido en cualquier cuestión de Estado. De hecho, demostró ser una gobernante caritativa y piadosa, así como firme cuando la situación lo requería. Al poco tiempo ode llegar al poder, Justiniano y Teodora tuvieron que hacer frente a las revueltas de la Niká, que casi acaban con el reinado de ambos. Por consejo de su esposa, Justiniano aguantó justo cuando estaba dispuesto a huir, y logró reconducir la situación para volver a la estabilidad.

Todas las crónicas se refieren a Teodora como igual en poder a su marido. El propio Justiniano hizo cambiar el juramento de lealtad al Imperio para incluir a Teodora y así mostrarla a su mismo nivel frente a todos. El único problema durante esos años de reinado es que la pareja no tenía descendencia. Se rumoreó mucho sobre los supuestos abortos que la emperatriz habría podido sufrir en su época como prostituta, y como aquella la había convertido en poco fértil. Especulaciones y habladurías que jamás se concretarían, pero que en definitiva, explicaban de cierta manera la ausencia de vástagos. Teodora finalmente falleció a mediados del siglo VI, con 47 años, víctima de un cáncer de mama. Dejó a Justiniano solo y el emperador nunca volvió a ser el mismo sin su esposa. Su figura, sin embargo, ha sobrevivido al tiempo como una de las mujeres más importantes y destacadas de su época.